—Las circunstancias son sumamente delicadas, y hay que tomar toda clase de precauciones para ahogar lo que podría llegar á ser un inmenso escándalo y á comprometer seriamente á una de las familias reinantes de Europa. Para hablar con claridad, el asunto toca de cerca á la gran casa de Ormstein, á los reyes hereditarios de Bohemia.
—Eso también lo sabía—murmuró Holmes, acomodándose en su sillón y cerrando los ojos.
Nuestro visitante miró con cierta sorpresa visible al hombre lánguido y perezoso que sin duda le había sido descripto como el razonador más incisivo y el agente más enérgico de toda Europa. Holmes reabrió los ojos, y miró impacientemente á su gigantesco cliente.
—Si vuestra majestad condescendiera á explicar el asunto—dijo,—yo podría en seguida darla algún consejo.
El hombre saltó de su asiento, y se puso á pasearse de un lado otro del cuarto, con incontenible agitación. Después, con un ademán de desesperación, se arrancó de la cara el antifaz y lo arrojó violentamente al suelo.
—Ha dicho usted la verdad—gritó:—yo soy el rey. ¿Por qué habría de intentar ocultarlo?
—¿Por qué, ciertamente?—murmuró Holmes.
—Vuestra majestad no había hablado aún, cuando yo sabía que tenía delante de mí á Wilhelm Gottsreich Sigismond von Armstein, gran duque de Cassel-Felstein, y rey hereditario de Bohemia.