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de Sherlock Holmes

—Entonces no era más que príncipe heredero. Era joven: ahora apenas tengo treinta años.

—Hay que recuperar esas cartas.

—Lo hemos procurado, pero sin resultado.

—Vuestra majestad debe pagarlas. Hay que comprarlas.

—Ella no las vende.

—Robárselas entonces.

—Cinco tentativas hemos hecho. En dos ocasiones, bandoleros pagados por mí han saqueado la casa. Otra vez, estando ella en viaje, se le substrajo todo su equipaje. Dos veces se le han tendido celadas. Ningún resultado ha producido todo esto.

—¿Ningún indicio de las cartas?

—Absolutamente ninguno.

Holmes se rió.

—El problema es lindo—dijo.

—Pero muy serio para mí—replicó el rey en tono de reproche.

—Muy serio, en verdad. ¿Y qué se propone hacer con la fotografía?

—Conducirme á la ruina.

—Pero ¿cómo?

—Estoy en vísperas de casarme.

—Lo he oído decir

—Con Clotilde Lothman de Sajonia-Meiningen, segunda hija del rey de Escandinavia. Usted debe conocer la estrictez de principios de

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