Usted me dispense—dijo Holmes.—No he podido evitar el que las preguntas que hacía usted al vendedor de aves llegaran á mi oído, y creo que puedo ayudar á usted en algo.
—Usted? ¿Quién es usted? ¿Cómo podía usted saber nada del asunto?
—Me llamo Sherlock Holmes, y mi oficio es saber lo que los demás no saben.
—Pero ¿puede usted saber algo de esto?
—Dispense usted; lo sé todo. Usted trata de seguir el rastro á unos gansos que la señora Oakshott, del Camino de Roxton, vendió á un comerciante de aves llamado Breckinridge, el cual los vendió á su vez al señor Windigate de la «Alfa», y éste á los miembros de su sociedad, uno de los cuales es el señor Enrique Baker.
—10h, señor! Usted es la persona á quien deseaba tanto encontrar—exclamó el hombrecito, alzando los brazos, las manos temblorosas.—Dificilmente podría explicar á usted cuánto interés tengo en el asunto.
Sherlock Holmes llamó á un coche de plaza que pasaba.
—En ese caso, lo mejor es que hablemos en un cuarto abrigado y no en este mercado abierto á los cuatro vientos—dijo;—pero ruego á usted que me diga, antes de que sigamos adelante, á quién tengo el placer de prestar mi ayuda.
El hombre titubeó un instante.
—Me llamo Juan Robinson—contestó con una mirada de reojo.