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Aventuras

moverse como una persona á quien falta el aire. Una sirvienta corrió á la ventana y la abrió de par en par. En el mismo instante, ví á Holmes alzar la mano, y á esa señal lancé mi cohe te adentro del cuarto, gritando «¡Fuego!» No bien había salido la palabra de mi boca, la multitud entera, de espectadores, bien vestidos y andrajosos, caballeros, lacayos y criadas, prorrumpieron en un grito general de «¡Fuego!» Espesas nubes de humo llenaban la sala y salian por la ventana. Ví, confusamente, personas que corrían, y oí la voz de Holmes que les aseguraba que aquello no era más que una falsa alarma. Deslizándome por entre la voceante muchedumbre, me dirigí á la esquina, y á los diez minutos tuve el placer de sentir el brazo de mi amigo en el mío, y de alejarme con él del teatro del tumulto. Holmes anduvo en silencio durante unos pocos minutos, hasta que hubimos dado vuelta y entrado en una de las tranquilas calles que conducen á la avenida Edgeware.

—Lo ha hecho usted lindamente, doctor—me dijo él.—Nada podía haberme servido mejor ¡Perfectamente!

—¡Tiene usted la fotografía!

—Sé dónde está.

—¿Y cómo lo descubrió usted?

—Ella me lo dijo, como yo había advertido á usted que lo haría.

—Todavia estoy á obscuras.