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de Sherlock Holmes

Haya. Sin embargo, con ser como es vieja la idea, hay esta vez uno ó dos detalles nuevos para mí. Pero la joven, personalmente, es un caso muy instructivo.

—Me ha parecido que usted leía en ella algo completamente invisible para mí—le dije.

—No invisible, pero si inadvertido, Watson.

Usted no sabía adónde debía dirigir la mirada, y eso le hizo descuidar todo lo que era importante. Nunca pudo obtener de usted que se convenza de la importancia de las mangas, de la sugestividad de las uñas, de los grandes resultados que se pueden obtener mirando un cordón de zapato. Ahora ¿qué ha deducido usted del aspecto de esa mujer? Descríbamela usted.

—Pues tenía un sombrero de paja color de pizarra y anchas alas, con una pluma rojo—ladrillo. Su chaqueta era negra con cuentas negras y una franja de abalorios negros. Su vestido era obscuro, algo más que color café, con cuello y bocamangas de terciopelo púrpura. Sus guantes eran grises, y uno de ellos estaba agujereado con el dedo índice de la mano derecha.

No observé su calzado. Tenía en las orejas aros pequeños y redondos. Su aspecto general era el de una persona que tiene todo lo necesario, que vive con comodidades, pero corrientemente como la mayoría de la gente de su clase.

Sherlock Holmes dió una suave palmada y se sonrió.

—¡Mi palabra, Watson: está usted entrando