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de Sherlock Holmes

Puede ser así ó no, señor Holmes—dijo;pero si es usted tan vivo, debe serlo suficientemente para comprender que quien infringe aquí la ley es usted y no yo. Nada he hecho de justiciable desde el principio, pero usted, mientras mantenga cerrada esa puerta, se expone usted á un proceso por asalto y prisión ilegal.

—La ley no puede, como usted dice, alcanzarle á usted.—dijo Holmes, dando vuelta á la llave y abriendo de par en par la puerta—aunque nunca ha existido un hombre que merezca más un castigo. Si la joven tuviera un hermano ó un amigo, éste debería azotarle á usted la cara.

¡Por vidal—continuó, enrojeciéndose á la vista del burlón desafío que expresaba la cara del hombre:—No es esta una parte de mis obligaciones para con mi cliente: pero aquí tengo á la mano un látigo de caza, y voy á darme el gusto de...

Dió dos rápidos pasos hacia el látigo, pero antes de que pudiera tomarlo, se oyó un desatentado pataleo en la escalera, la pesada puerta de la casa se cerró con estrépito, y desde la ventana pudimos ver al señor Santiago Windibank que corría por la calle con toda la fuerza de sus piernas.

—Allí tiene usted á un malvado de los que hacen las cosas á sangre fría—dijo Holmes, riéndose, y dejándose caer una vez más en la silla.

—Ese individuo se elevará en la escala del crimen hasta hacer algo muy malo y concluir en