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comprendí que no había sido por complacernos por lo que la habían enviado á hacerme compañía. Muchas cosas me dijo acerca de lo que habían hecho con ella; pero el fin de todo fué que la arruinaron á fuerza de trabajo, y que la enviaban para ver si con un largo descanso podía re- ponerse.

Jorge, el hijo del Conde, era joven, y no oía consejos; duro para la silla, aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban de ir de cacería, y era sumamente descuidado para el caballo que montaba. Poco después de haber venido yo al potrero, hubo unas notables carreras y determinó correr en ellas con Jengibre. Aunque el mozo que la cuidaba le dijo que estaba un poco extenuada, y en manera alguna en disposición de correr, él no hizo caso, y Jengibre tuvo que competir con caballos famosos. El resultado fué que con el levantado espíritu que la distinguía, se esforzó hasta el mayor extremo, y si bien fué uno de los tres primeros, sus pulmones y su lomo se resintieron.

-Y así-continuó ella,-aquí nos vemos los dos, arruinados en lo mejor de nuestra edad y de nuestra pujanza, tú por causa de un borracho, y yo por las imprudencias de un tonto, lo cual es bien duro para nosotros.

Sentíamos en nuestro interior que ya no éra-