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sobre la boca del caballo, ni dejarle la más pequeña libertad de acción. Están siempre hablando de llevar el caballo en la mano,» y «sostener el caballo», como si el caballo no estuviera hecho de manera que pueda sostenerse á sí mismo.

No diré que algunos caballos completamente destruidos, y con la boca dura é insensible, precisamente puesta así por cocheros de esta clase, dejen de hallar cierto apoyo en aquello; pero el que puede contar aún con sus piernas, y cuya boca sea suave, pudiendo por lo tanto ser guiado con facilidad, el sistema es, no sólo atormenta-dor, sino estúpido.

Viene luego la clase de los cocheros de rienda floja, que dejan la rienda descansar suelta sobre el lomo del caballo, y ellos llevan las manos descansando perezosamente sobre las rodillas. Por de contado que dichos caballeros, si algún accidente repentino ocurre, carecen de todo dominio sobre el caballo, y si uno de éstos se espanta, ó arranca de pronto, ó tropieza, allí no hay cochero ni cosa que lo valga, que pueda ayudar al caballo y á sí mismo, hasta que la catástrofe está consumada. Yo, afortunadamente, no me preocupaba con esto, pues ni acostumbraba arrancar á correr, ni tropezar, y sólo contaba con el cochero para que me guiase y animase; pero, á pesar de todo. á uno le gusta sentir un poco la