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Azabache.-II Si el señor Gordon, ó Juan, ó, en una palabra, cualquiera buen cochero, fuese el que me guiase, inmediatamente hubiera notado que alguna molestia me aquejaba; y aun cuando hubiese sido de noche, una mano práctica se habría apercibido por las riendas, de que mi paso indicaba algo fuera de orden, y apeándose y reconociéndome habría hallado y extraído la piedra; pero mi hombre continuó su risa y su charla, dando lugar á que la piedra, á cada paso que yo daba, se fuera afirmando más y más entre ambos lados del casco, y bajo la ranilla. Era aguda en el interior y redonda en el exterior, ó sea, como todo el mundo sabe, de las más peligrosas que un caballo puede coger, pues al mismo tiempo que le corta interiormente, le expone á resbalar y caer, con la mayor facilidad.

No puedo asegurar si el hombre era algo ciego, ó extremadamente descuidado; pero es lo cierto que me llevó con aquella piedra por más de media milla, antes de apercibirse de nada.

A esta altura, los dolores me hicieron cojear tanto, que se apercibió de ello al fin, y dijo, de muy mal talante:

-¡Esta sí que es buena! Nos han dado un caballo cojo. ¡ Valiente vergüenza !

Vol. 377