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— y si toman esta dirección podremos ver la cacería.

A los pocos minutos, una traílla de perros corría como una exhalación por sobre un campo de tierno trigo, inmediato á nuestro cercado. En mi vida había oído un ruido semejante. No ladraban, ni aullaban, ni se quejaban, sino que gritaban todos á la vez ¡yo! ¡yo... o... o...! ¡yo... o... o...!, con toda la fuerza de sus pulmones. Detrás de ellos venía un pelotón de hombres á caballo, algunos con chaquetas verdes, corriendo con tanta velocidad como los perros. El viejo caballo dió un resoplido, siguiéndolos anhelosamente con la vista; nosotros los potros hubiéramos deseado correr con ellos, y en breves momentos se precipitaron en la parte baja del terreno. Me pareció como que había sucedido algo extraordinario; la gritería de los perros cesó, y todos se desparramaron, con las narices pegadas al suelo.

—Han perdido el rastro-dijo el caballo,— y tal vez la liebre logre escaparse.

—¿Qué liebre?— pregunté yo.

—¡Oh! no sé cuál será; lo probable es que sea una de las nuestras, que se crían en el pinar; cualquiera que se ponga al alcance de la vista de los perros es perseguida por ellos y por sus amos.