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coche, volvió tranquilo y juicioso. Perico le acarició y habló mucho, y muy pronto se entendieron ambos, diciendo aquél que, con un bocado suave, y abundante trabajo, en breve estaría más manso que un cordero; de modo que si su señoría, el anterior amo, perdió un caballo de precio, un cochero de alquiler ganó una prenda en toda su pujanza.

Corzo lamentó su descenso en la esfera social, y le contrariaba verse convertido en caballo de un coche simón; pero, al fin de la primera semana, me confesó que una boca cómoda y una cabeza libre, eran cosas de mucha importancia, y que después de todo, más degradante que hacer aquella clase de trabajo, era llevar la cabeza y la cola amarradas á un sillín, tirantes como cuerdas de guitarra. En una palabra, transigió con la nueva vida, y Perico, con tal motivo, estaba contentísimo y le tomó afecto.

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