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duras y mis dientes estaban siempre dispuestos para recibirlo. Habló á mi amo, y aunque para éste era yo buena y dócil, le dió la razón, y fuí vendida de nuevo. El mismo tratante que había sido mi anterior dueño, dijo que sabía de un lugar donde podía ser comprada, y aquí vine á parar, pocos días antes que tú. «Es una lástima» —decía el tratante,— «que un animal tan fino no haga bondad, por falta de caer en buenas manos»; pero yo me había formado ya de que los hombres eran mis enemigos, y que era preciso defenderme de ellos. Por supuesto, aquí el trato es muy diferente; pero no sabemos lo que durará. Yo quisiera tener las ideas que tú tienes, mas es imposible después de la experiencia con que cuentola idea.

—Está bien—le dije;—pero sería una verdadera vergüenza que tú mordieras ó pateases á Juan ó á Jaime.

—No pienso en semejante cosa—me contestó, —mientras se porten bien conmigo. Es verdad que una vez mordí á Jaime, y no suavemente; pero Juan le dijo: «trátala con dulzura, Jaime»; y en vez de castigarme como yo esperaba, éste se acercó á mí con un cubo de salvado en una mano, mientras traía el otro brazo en cabestrillo, y me acarició, con lo cual nunca más

Azabache.—4
Vol. 377