Página:Azabache (1909).pdf/62

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 58 —

nas me hacía sentir las riendas. Si todos supieran el bienestar que una mano suave proporciona á un caballo, y lo que conserva en él su boca, su comodidad y su gusto para el trabajo, es seguro que se abstendrían de esos tirones de las riendas y llamadas repentinas con que frecuentemente los martirizan. Nuestra boca es tan sensible que, cuando no ha sido endurecida ó arruinada por un mal tratamiento, hijo de la ignorancia ó de la maldad, siente el más ligero toque de la mano del jinete ó cochero, é instantáneamente conocemos lo que se desea de nosotros. La mía estaba muy bien conservada, y creo que esa era la razón porque la señora me prefería á Jengibre, aunque su paso era tan suave como el mío. Esta envidiaba mi boca, y decía que la culpa de que la suya no fuese tan suave, estaba en su defectuosa doma y en los duros bocados que le habían obligado á usar cuando estuvo en Londres. El viejo Oliveros solía decir entonces:

—Vamos, Jengibre, no te quejes, que no deja de ser honroso para una yegua llevar sobre su lomo un caballero tan corpulento como nuestro amo, con el donaire con que tú lo haces, y no hay motivo para que te disgustes por no conducir á la señora; nosotros los caballos debemos tomar las cosas según vienen, y mostrarnos sa-