y salimos en fuga por los cráteres de los volcanes.
El mundo estaba alegre, todo era vigor y juventud; y las rosas, y las hojas verdes y frescas, y los pájaros en cuyos buches entra el grano y brota el gorjeo, y el campo todo, saludaban al sol y a la primavera fragante.
Estaba el monte armónico y florido; lleno de trinos y de abejas; era una grande y santa nupcia la que quebraba la luz, y en el árbol la savia ardía profundamente, y en el animal todo era estremecimiento o balido de cántico, y en el gnomo había risa y placer.
Yo había salido por un cráter apagado. Ante mis ojos había un campo extenso. De un salto me puse sobre un gran árbol, una encina vieja. Luego bajé al tronco, y me hallé cerca de un arroyo, un río pequeño y claro donde las aguas charlaban diciéndose bromas cristalinas. Yo tenía sed. Quise beber ahí... Ahora, oid mejor.
Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos de risas áureas festivas; y allá entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes ramas...
—¿Ninfas?
—No, mujeres.