EL PÁJARO AZUL
P
ARÍS es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al Cafe
Plombier, buenos y decididos muchachos—pintores, escultores, escritores, poetas; sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!—ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba y, como bohemio intachable, bravo improvisador.
En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Delacroix, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro pájaro azul.
El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamaba así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fué un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué, cuando todos reíamos como
insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño