tas chillonas de sus nocturnos y rudos violines. A través de un ramaje te contemplé en tu deleitable serenidad, y vi sobre los árboles negros, trémulos hilos de luz como si hubiesen caído de la altura, hebras de tu cabellera. Princesa del divino imperio azul, ¡quién besara tus labios luminosos!
Te canta y vuela a ti la alondra matinal en el alba de la primavera, en que el viento lleva vibraciones de liras eólicas, y el eco de los tímpanos de plata que suenan los silfos. Desde tu región derrama las perlas armónicas y cristalinas de su buche, que caen y se juntan a la universal y grandiosa sinfonía que llena la despierta tierra.
¡Y en esa hora pienso en ti, porque es la hora de supremas citas en el profundo cielo y de ocultos y ardorosos oarystis en los tibios parajes del bosque donde florece el citiso que alegra la égogla! ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besara tus labios luminosos!