de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta
donde el misterio de los aires se halla;
porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena,
calentar mis polluelos es mi orgullo;
porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay una rosa que no me ame,
ni pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame!
—¿Sí?—dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en el buche.»
Suprimo, como dije ya, los versos que siguen y que no pasan de ocho, donde se habla de la risa que le dió a Satanás de resultas del lance y de lo pensativo que se quedó el Señor en su trono.
Entre las cuatro composiciones en las estaciones del año, todas bellas y raras, sobresale la del verano. Es un cuadro simbólico de los dos polos sobre los que rueda el eje de la vida: el amor y la lucha; el prurito de destrucción y el de reproducción. La tigre virgen en celo está magistralmente pintada, y mejor aún acaso el tigre galán y robusto que llega y la enamora.
«Al caminar se veía
su cuerpo ondear con garbo y bizarría.