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su voluntad: la ley lo autoriza para ello y un corazón sen- sible tiene todas las disposiciones para ejercitar un derecho que se ha reconocido y alabado en los gobiernos más des- póticos.
»Salga, enhorabuena, de la república, mi esposo, y no vuelva á ella también por toda la vida: es una muerte po- sitiva con respecto á la sociedad. ¿Qué más producido sa- ludable pueda darle la muerte natural que no pueda obte- nerse con esta conmutación?
»Una gracia tal dejará satisfecha la justicia pública y derramará el consuelo en una familia desgraciada, sin agravio de las leyes ni de la moral, Yo lo imploro.
»Jacoba Usandivaras de Marcet.»
Pocos momentos después, la desdichada esposa y el de- fensor dei reo, tuvieron conocimiento de la esperada reso- lución:
«No estando en las facultades del gobierno adherir á esta solicitud, ocurra donde corresponda.»
Dorrego no cedía. ¿Es que tuvo muy presente las san- grientas burlas que la prensa de oposición lanzaba contra «la debilidad de las autoridades,» cuando se trataba de grandes criminales? Probablemente.
Pero Agrelo, á pesar de lo angustiado del tiempo no cejó tampoco. «¿Ocurra donde corresponda?..» Pues á la Sala de Representantes. Vió á uno por uno de los diputa- dos provinciales. ¡Les pidió, les suplicó que se reunieran esa misma tarde, y obtuvo la promesa de que asi lo harian; pero no lo hicieron! Tampoco cejó: habia entonces que in- sistir con el poder ejecutivo; habia que conseguir lo viera á Dorrego una persona influyente, la más influyente. ¿Quién? El benemérito almirante don Guillermo Brown, y á el fueron el defensor y la pobre esposa, ante cuyas lá- grimas, aquel magnánimo corazón, de acero en la batalla y de cera on el hogar, accedió á ello presentándose inme- diatamente al gobernador Dorrego.
Le habló, con el lenguaje sintético que acostumbraba usar en las solemnidades de la patria, de sus servicios, su- plicándole por todo ello que por la misma consideración