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La banda del sanguinario Palomino

Tras un alto ¿ impenetrable juncal, que destacaba en herradura sobre un terreno quebrado y junto á un bosque de corpulentas palmas, en cuyos huecos del terreno se no- taban las taperas de una antigua población indigena; cer- cano al lugar aquél al que los «conquistadores» dieran el nombre de rodeo y en derechura á la pintoresca aldea lla- mada de las Viboras, sentado había sus reales ó sus robos la famosa banda del sanguinario Palomino, cuyo nombre, apellido ó mote le cuadraba, por lo inverso, como á un Cristo un par de pistolas. Qué Palomino ni qué Palomino aquel que nada tenia de torpe, aunque si de excesivo, ri- guroso y desordenado. En cuanto al calificativo aquel de «sanguinario» encajábale de molde, al decir de la compli- cada hoja de sus hechos feroces.

Contrabandista allá en la tierra que lo viera nacer, cayó en manos de sus perseguidores, asegurándose que en Ronda, su pueblo natal, le habia endilgado un horrible navajazo nada menos que al autor de sus días; pero como no pudo probársele plenamente, contentóse la benigna clemencia de la justicia con destierro perpetuo á tierra de Indias.

Ya á bordo de un buque mercante que lo trajera, riñó con el contramaestre, y aunque separados á tiempo de que