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basta! A ver, tú, Pereyra, lleva este mozo y preséntalo á los demás camaradas.

Y dirigiéndose al joven, le preguntó:

—¿Entendidos?

—¿Y qué remedio?. —le contestó éste con el mismo desprecio.

—¡Dale, «canejo!»— gritó iracundo Palomino.

Y ya iba á demostrársele tal cual era cuando se presen tó á él otro bandido, diciéndole:

—Tengo que hablarte, capitán.

—¿Qué hay de nuevo por la aldea, José Fernández?- le preguntó Palomino, haciéndole señas á su seguudo para que se detuviera

—Que ya saben allí que les vamos á dar el asalto de un momento á otro; pero que, debido á su pusilanimidad, tratan de ocultarse y sobre todo las mujeres, que nos han tomado un miedo...

—¿Si?.., pues á dar el golpe antes de que se oculten todas... ¡Pereyra!—gritó á su segundo.—A preparar las armas y á dar el golpe cuanto antes... ¡Listos!.. Hoy es día de faena, Pereyra; pero no será cn balde, porque hay en la aldea mucha plata... ¡Andando..., á la aldea!

A los pocos minutos aquella cuadrilla de maihechores se ponia en marcha hacia la orilla del rio...

De los resultados de aquel asalto á la aldea llamada de las Viboras, nos da cuenta una correspondencia de cese punto en los siguientes términos:

«Al ponerse el sol del día 16 (Agosto de 1801), llegó á esta campaña una cuadrilla como de quince á treinta ban- doleros que robaron todas las casas que tenían interés. A don Francisco N , le dispararon dos tiros y otros dos á un peón de don Josef Fernández, hirieron á don Beresimo Martinez y montará el robo á unos 7.000 pesos. Se dice que van á volver con el solo designio de tomarse las mujeres. Finalmente, el comandante de la Colonia, á quicn se le despachó un chasqui, mandó 40 hombres, que llegaron en la noche del 17, donde el poríugués Alejandro.»

Pero lo que no dice la correspondencia y se supo des-