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Asi es que... «llegó en efecto el referido magistrado á la capilla y habiéndole interrogado por su nombre, patria, ascendencia, nombre de su título, lugares de su señorio, grado que obtuvo bajo la milicia del emperador y otras particularidades que bien escudriñadas y combinadas con la historia de aquellos países aclarasen la verdad de sus asertos, se vió el infeliz Salay tan atacado (y es de presu- mirse) que, no pudiendo resolver los cargos, dijo:
«—Yo no soy principe ni conde ni señor de vasallos; soy sólo un hombre desventurado que portemor á la muer- te afrentosa y cierta que me está decretada, discurri como único este efugio para librarme de ella. Soy, en fin, el hijo de un hostalero.»
«Suspendió el señor ministro en este estado la declara- ción y el presuntivo principe tomó un crucifijo y se dispu- so á morir.»
Eso dice el minúsculo papel de Cabello y Mesa que asi pasó, al dar cuenta «de la horrorosa y lastimera escena que se representó en la plaza Mayor de Buenos Aires,» el 5 de Diciembre de 1801, «cuando la mano fuerte de la jus- ticia hubo preso, ahorcado y descuartizado al capitán Curú, cortado á todos la cabeza y manos alevosas para fijar esos horribles signos, para escarmiento de otros, en los lugares mismos donde perpetraron sus crímenes.»
Pero, por la documentación que existe y se guarda, aun queda la duda de si aquel Lorenzo Salay, de quien «fluía ese algo que domina porque se diferencia de lo vul- gar,» era hijo de un modesto hostalero ó el principe poten- tado, conde de Buda y señor de vasallos.
FIN