--¡Vamos, hombre, animate —le insinuó Arriaga, mien- tras Alvarez, á quien nadie invitaba, esperaba que Alzaga concluyera de decidirse.
Alzaga volvió á quedarse reflexivo é irresoluto por un brevisimo instante,
—En fin—exclamó luego, determinado: —¡noche com- pleta!
—Señor Alzaga...—repuso entonces Alvarez, preparán- dose á despedirse de él con la más estudiada de sus mani- festaciones simpáticas; pero Arriaga le interrumpió:
—No, señor Alvarez, usted no se va. Tiene que acom- pañarnos. ¡Pues no faltaba más!
—Forzosamente—recalcó Alzaga—debe usted seguir la broma con todos, como buenos compañeros.
—¿Forzosamente? — repitió Alvarez, no pudiendo ocul- tar la agradable emoción que le producia aquella insis- tencia,
- ¡Si, pues!
—¿Y no serviré de estorbo?—preguntó, como si deseara que más lo insinuaran.
—¿De estorbo?—le preguntó Arriaga, negando con el gesto.—Todo lo contrario; alli será usted el niño mimado —añadió con gesto de exageración.
—¿De veras? ¡No se burle usted, don Juan Pablo!
—Como que va usted á tocar el piano, un piano de pri- mer orden, á que es tan aficionado.
—¿Hay piano? Pues entonces acepto, acepto y... «¡En fin..., noche completa!»—exclamó Alvarez repitiendo las palabras de Alzaga y en seguida las de Marcet: —Ya he- mos hecho cl fregado... ¡Vamos ahora al barrido!
Y mostrándose el más decidido, pasó adelante como chi- cuelo á quien sus mayores llevan á un agradable paseo, mientras Alzaga, Marcet y Arriaga lo seguian prodigando cuchufictas, entre risas burlescas, por lainconcebible trans- formación del pobre tendero. .
¡Oh, el alcohol..., el alcohol produce fenómenos inex- plicables!
Pronto llegaron á la esquina de Alsina y Perú,