El crimen
La situación pecuniaria de aquellos tres calaveras se agravaba cada vez más. Ya no sabian de dónde sacar fon- dos para seguir la «enravana,» y Marcet, insistiendo en que no se debia hacerle sospechar á Alvarez nada de aque- llos apuros, llegó á dominar á Alzaga y Arriaga de tal mabpera, con sus perversas intenciones y planes subversi- vos de todo impulso correcto, que bastaba proponer una cosa para que ya lo obedecieran ciegamente.
Les recordaba, cuando lo creía oportuno, los billetes de Banco de don Jacinto Velarde, que se les había escapado por no haber tomado las precauciones necesarias... ¡Oh, aquel golpe frustrado no se les volveria á presentar!.. Y tanto insistió y habló de que era necesario hacerse de fon- dos sin que nadie se enterara; de que era imprescindible, de cualquier modo que fuera, pero sigilosamente, rehacer- se, que la tradicional hidalgula y la proverbial caballero- sidad de sus amigos se fué debilitando, al extremo de en- tregarse á aquel demonio en cuerpo y alma.
Y tanto fué así, que una tarde se presentó Arriaga en la librería y llamándolo aparte, le dijo como la cosa más natural:
—-Vengo de lo de Genela (un tendero vecino) ¡y si vie-