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XXXI
Vida de Cervantes.

Nasarre, hombre, segun hemos visto, de ideas algo singulares en semejantes materias, hizo una edicion en 1732, bajo el nombre de D. Isidoro Perales y Torres, que era un clérigo familiar suyo; y D. Agustin de Montiano y Luyando, su amigo, llevado de una condescendencia dificilmente conciliable con sus buenos conocimientos, hubo de cometer, en una aprobacion que firmó, el solemne desatino de decir: No creo que ningun hombre juicioso sentenciará á favor de CERVANTES, si forma el cotejo de las dos segundas partes. En honor de la verdad no falta en algunos pasajes soltura y gracejo; pero la pesadez de otros, aquellas obscenidades repugnantes al lado de las miserables supersticiones que forman el claroscuro de la época, aquella pobreza de invencion y frecuente grosería de lenguaje, hacen á esta produccion jactanciosa inferior en infinitos grados, no solo á la de CERVANTES, sino á las de otros sus contemporáneos. Nuestros lectores podrán juzgarlo con conocimiento de causa, cuando llegue su turno á la publicacion de este bastardo Don Quijote, que tiene su lugar señalado en los tomos sucesivos.

Es cosa notable que cuantos han querido tomar esta gran concepcion de CERVANTES por asunto de sus composiciones, todos sin excepcion, hasta los mayores ingenios, se han estrellado, sin lograr otra cosa que reproducir pálidos reflejos. Presentaron á Don Quijote en la escena D. Guillen de Castro, Lope de Vega, D. Pedro Calderon de la Barca en su mismo siglo; en el siguiente lo hizo entre otros D. Juan Melendez Valdes, el restaurador del buen gusto en nuestra poesía; y así ensayó su talento cómico en estos tiempos D. Ventura de la Vega, sin que ninguno de ellos se pueda gloriar de haber compartido con el autor original una pequeña parte de su triunfo.

La segunda parte del de CERVANTES lleva indudablemente grandes ventajas á la primera. Sin dejar de adolecer de los defectos propios de la precipitacion en el componer y de la pereza en el corregir, los descuidos son en menor número: es mas armónico el conjunto de las partes; no hay distracciones de importancia, ni digresiones que entorpezcan la marcha de la fábula hasta su fin; el héroe es consecuente en su locura, y Sancho Panza de cada vez mas gracioso; aparece desde el principio un nuevo personaje de un carácter magníficamente descrito, el bachiller Sanson Carrasco, que contribuye del modo mas decisivo al desenlace. El talento de CERVANTES se engrandecia con la edad, y su fogosa imaginacion en nada se resentia de los hielos de la vejez. Parece que CERVANTES quiso desmentir la proposicion que habia vertido en boca del cura, de que nunca segundas partes fuéron buenas.

Pidió CERVANTES licencia para imprimir esta á principios de 1615: censuróla el licenciado Francisco Marquez de Torres, capellan de pajes del arzobispo de Toledo, quien en su aprobacion, de fecha de 25 de febrero, nos ha conservado un hecho que vamos á trascribir en sus propios términos. Certifico con verdad, dice el censor, que en 25 de febrero, habiendo ido el Ilmo. Sr. D. Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar la visita que á S. I. hizo el embajador de Francia, que vino á tratar cosas importantes á los casamientos de sus principes con los de España, muchos caballeros franceses de los que vinieron acompañando al Embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron á mí y á otros capellanes del Cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban mas validos; y tocando acaso en este que yo estaba censurando, apénas oyeron el nombre de MIGUEL DE CERVANTES, cuando se comenzaron á hacer lenguas, encareciendo la estimacion en que así en Francia como en los reinos sus confinantes se tenian sus obras, La Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte desta, y las Novelas. Fuéron tantos sus encarecimientos, que me ofreci llevarles que viesen al autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesion, calidad y cantidad. Halléme obligado á decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre; á que uno respondió estas formales palabras: ¡Pues á tal hombre no le tiene