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XII
PRÓLOGO

cedió con efecto. Ambos caballeros rodaron por Zocodover antes de concluir el paso de la carrera.

Las libreas que sacaron los caballeros en este juego de cañas eran de terciopelo leonado, y encima tafetán blanco acuchillado. Pedido por el Emperador su parecer acerca de aquella librea, respondió don Francesillo que «asadura con redaño».

Yendo un conde, rico avariento, á besar la mano á Cárlos V, don Francesillo dijo al Emperador : «Este es-conde, este es-conde.»

De Medina del Campo solia decir que era una villa sin suelo y sin cielo, porque en el invierno estaba cubierto con media vara de lodo el suelo, y no se podia ver el cielo con las continuas nieblas.

Lo satírico de su decir granjeó á don Francesillo muchos y crueles enemigos. Alguno hubo que, ofendido de sus apodos, le ocasionó mortales heridas. Pero la festiva condicion de este truhán no se turbó con el dolor de ellas ni con la pérdida de la sangre.

Herido lastimosamente por mil partes, fué llevado á su casa, seguido por amigos y enemigos, todos ansiosos de saber, con deseos contrarios, las resultas de los golpes que habia recibido el regocijo de la corte. Al oir el estruendo de la gente que entraba por el patio de la casa donde vivia, se asomó su mujer á los corredores, á lin de saber el motivo de aquella inesperada junta de tanto número de personas, y preguntando qué era aquel ruido, don Francesillo respondió con la misma alegría é indiferencia que si tratase de otro sugeto : «Señora, esto no es nada, nada absolutamente, sino que han muerto á vuestro marido. »

Ni aun en medio de las ansias de la muerte pudo apartar de sí aquella natural alegría con que siempre miró todos los sucesos del mundo, por mas tristes que se presentasen á los ojos del hombre. Perico de Ayala, grande amigo suyo, y truhán del marqués de Villena, se acercó al lecho de don Francesillo, y condolido de su estado, le dijo con acento de contricion cristiana : «Hermano don Francés, ruégole, por la grande amistad que siempre hemos tenido, que cuando estés en el cielo, lo cual yo creo que será así, según ha sido tu buena vida, ruegues á Dios que haya merced de mi alma.» don Francesillo, como si no estuviese en el trance amargo en que se hallaba, respondió con su acostumbrado donaire : «Átame un hilo á este dedo meñique para que no se me olvide.» Y dicen que estas fueron sus últimas palabras, porque luego espiró[1].

Si don Francés se hubiera contentado solo con divertir de palabra á los cortesanos, nunca llegara su nombre hasta nosotros, y si llegara, no tendría á nuestros ojos un carácter tan interesante como el que debe tener para cuantos sean aficionados á la historia. Siempre, y con razón, se ha dicho que Francia es rica en memorias escritas con libertad acerca de cada uno de los reinados de aquellos de sus monarcas que vivieron en siglos de alguna ilustracion, así como que España era muy pobre en trabajos literarios de este género. Esta verdad innegable ofrece, sin embargo, algunas excepciones con respecto á nuestra patria, y especialmente al tiempo en que reinó el emperador Cárlos V.

don Francesillo de Zúñiga, si en la historia de Cárlos V ocupa el lugar de uno de los truhanes que tenia este monarca para su recreacion, en la de las letras españolas debe dársele uno distinguido por la Crónica burlesca que compuso de su príncipe. Aunque nunca se ha impreso este libi'illo, es bastante conocido de los eruditos españoles por haber muchos traslados en bibliotecas públicas y de particulares.

La Crónica del Emperador no pasa de los primeros años de la vida de este. El trato que debió tener don Francesillo con los grandes y caballeros de Cárlos V, le dio bastantes conocimientos para retratarlos con toda exactitud : exactitud conocida en algunos personajes, cuyas memorias se conservan á pesar de ? trascurso del tiempo, y sospechada en aquellos de quienes apenas existe el recuerdo de sus nombres.

Del cardenal Jiménez de Cisneros dice don Francesillo que parecía galga envuelta en manta de jerga. Los que hayan visto alguna vez el retrato de aquel príncipe de la Iglesia podrán apreciar la destreza con que en pocas palabras el bufón de Cárlos V bosquejaba á los personajes de la corte.

Este estilo de comparaciones no era peculiar solo de don Francesillo de Zúñiga ; era hijo de la moda de su siglo : moda que desde los tiempos de don Juan el Segundo, y aun quizá antes, andaba muy válida en España entre personas de ingenio y agudeza en el decir. El famoso cronista de los Reyes Católicos, el ilustre y docto caballero Hernando del Pulgar, alcanzó gran celebridad

  1. Estos dichos de don Francesillo se leen en la Floresta española de Melchor de Santacruz Dueñas.