de la vida, aún más pequeño respecto del tiempo que lo es el centímetro relativamente a las distancias, es, sin embargo, verdaderamente gigante cuando lo confrontamos con los fenómenos naturales, sin que necesitemos abandonar para esta apreciación el punto de vista humano. Si consideramos las moléculas que caben alineadas en un centímetro, su número resulta ser sólo de unos 100 millones. En cambio, en el intervalo de un segundo de tiempo caben algunos millares de billones de vibraciones correspondientes a la luz que impresiona nuestra retina, entidades estas vibraciones más cercanas a nosotros que las propias moléculas, puesto que la Naturaleza nos ha dado medios para distinguir diferencias entre las primeras, bastante más delicadas que las apreciables entre las segundas. En último término, esta desproporción en los valores de las unidades es el reflejo de la distinta sensibilidad de nuestros medios de percibir las magnitudes espaciales y temporales. Para las primeras disponemos de órganos delicados: pudiera decirse cuantitativos. De las segundas sólo tenemos una noción confusa, en cierto modo indirecta, por comparación con estados de conciencia.
La forma del grupo de Lorentz suministra una guía segura para restablecer la comparabilidad de las unidades, pues si reemplazamos el segundo por
1 Sl que significa tanto como tomar para medida de
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