te, con una carta de recomendacion y se presentaban al número de la direccion. Un millonario, friamente cortés, abría la carta, dirigía una sonrisa séria á los recomendados y despues de decir, muy bien! muy bien! con tono benévolo, se dignaba á veces hacerles algunas preguntas más ó ménos discretas. Los esposos saludaban, se despedian y volvian al encierro de su cuarto numerado y oscuro de su desamueblado hotel.
A los ocho dias, recibian del millonario una invitacion para que fueran á comer á las seis en punto. La jóven encargaba un vestido, un sombrero, un abrigo, todo al gusto del dia. El marido se hacía vestir como un figurin, alquilaban un carruage, y se dirigian al convite, despues de haber gastado seis ú ocho mil pesos en aviarse, para hacer honor al corresponsal de un amigo.
Se sentaban á la mesa á las siete, porque