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echar otro puente volante entre el peñón en que estábamos y el pico más cercano, y me lancé el primero en medio de los negros. Mis soldados iban a seguirme cuando uno de los rebeldes hizo de un hachazo volar el puente en astillas, y los troncos, deshechos, cayeron por el precipicio, golpeando en las rocas con horroroso estruendo. Al ruido volví la cabeza, y en aquel instante mismo me sentí agarrar por seis o siete negros que me desarmaron. Luché con toda mi fuerza, cual un león; pero ellos me sujetaron, y sin atender a la lluvia de balas que mis soldados hacían caer en su alrededor, me ataron con cuerdas hechas de la corteza de los árboles. La única cosa capaz de mitigar mi desesperación eran los gritos de victoria que escuché resonar un momento después, y en seguida vi a los negros y mulatos subir en desorden por las más ásperas cuestas, lanzando clamores de terror. Mis guardianes imitaron el ejemplo, y, cargándome el más robusto sobre sus espaldas, me condujo a los bosques saltando de peña en peña con la agilidad de una cabra montés. Pronto cesó de alumbrarnos el resplandor de las llamas; pero el débil reflejo de la luna fué para él luz suficiente, acortando tan sólo un poco la rapidez de su paso.

XXV

Después de atravesar malezas y cruzar torrentes, llegamos a un elevado valle, de aspecto en alto grado salvaje, y lugar que me era absoluta-