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Morne-Rouge, porque quiero que aún vea asomar por una vez el sol, y mis soldados quizá no tendrían tanta paciencia como para aguardar que pasasen veinticuatro horas.

El mulato Candi, comandante de sus guardias, me mandó atar los brazos a la espalda, y, agarrando un soldado el cabo de la cuerda, nos salimos de la cueva.

XXXIX

Cuando acaecimientos extraordinarios, angustias y catástrofes estallan de súbito en medio del sosiego de una existencia feliz y deliciosamente uniforme, estas inesperadas emociones, estos golpes de fortuna cortan atropelladamente el letargo del alma que estaba adormecida en la monotonía de su próspero destino. Mas, sin embargo, en los infortunios que así llegan no nos parece que despertamos, sino que soñamos. Para quien siempre fué feliz, las desdichas empiezan por atontecerle. La adversidad imprevista se asemeja a la conmoción eléctrica del torpedo, que nos sacude, pero al mismo tiempo nos pasma los miembros, y el espantoso resplandor que arroja de súbito ante nuestros ojos nos deslumbra, pero no ilumina. Los hombres, los objetos y los sucesos nos pasan por delante con un aspecto en cierto modo fantástico, y se mueven cual en un ensueño. Todo ha cambiado en el horizonte de nuestra vida: la