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huellas un rastro de cenizas o un rastro de sangre?

Calló, y el fuego de sus miradas y la energía de sus acentos respiraban tal convencimiento y fuerza de mando cuales no alcanzaré a describir. Con los ojos bajos y el ademán de un raposo cogido en las garras del león, meditaba Biassou el medio de esquivar tamaño poderío, y, mientras tanto, el caudillo de las hordas de los Cayos, aquel mismo Rigaud, que había presenciado la víspera, y con sereno aspecto, cometerse tales horrores, aparentaba indignarse de los atentados que Pierrot tan al vivo retrataba, exclamando con hipócrita alarma:

—¡Oh, Dios mío, y lo que es un pueblo enfurecido!

XLIII

Crecía en esto el estrépito por afuera, y Biassou se mostraba desasosegado. Más tarde supe que procedía este rumor de los negros de Morne-Rouge, quienes recorrían el campamento anunciando la llegada de mi libertador y el intento de sostenerle, fuese cual fuera el motivo de su visita a Biassou. Rigaud había venido a participar al generalísimo esta circunstancia, y el temor de un funesto rompimiento fué lo que indujo al astuto caudillo a hacer, como en efecto hizo, una especie de aparente concesión a los deseos de Pierrot.