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—¿Ablandarle? Mucho lo hubiera llorado. ¿Impedirle yo a un blanco que se manchara de un crimen? ¡Oh, no, no, a buen seguro! Al contrario, le incitaba a redoblar sus malos tratamientos hacia los esclavos, para adelantar la hora de la rebelión, para que el exceso de opresión provocase al fin la venganza. Aparentando injuriar a mis hermanos, los favorecía.

Me quedé atónito al contemplar tan profunda combinación, hija del odio.

—Pues bien—añadió el enano—: ¿te parece que he sabido calcular y llevar a cabo? ¿Qué juzgas del necio Habibrah, del bufón de tu tío?

—Acaba lo que tan bien empezaste—le respondí—. Mátame, pero date prisa.

Se puso a pasear por el terrado, restregándose las manos de gozo.

—¿Y si no quiero darme prisa? ¿Y si busco saborear a mi despacio tus angustias? Mira: cuando te vi prisionero en el campamento de los negros, me debía Biassou toda mi parte de botín en el último saqueo, y yo no le pedí en pago sino tu vida. Me la concedió gustoso, y ahora me pertenece y me entretengo en jugar con ella. No te apures, que pronto irás a hacer compañía a las ondas de la cascada en lo profundo de ese abismo; pero antes tengo que darte una nueva. He descubierto el asilo en que se hallaba escondida tu mujer, y hoy le he sugerido a Biassou la idea de incendiar el bosque, que estará ya ardiendo. Así, tu familia yace aniquilada. Tu tío pereció a