Yo no repliqué.
—Pues bien, hermano, era la señal convenida. Ya los sacan...
E hincó la cabeza sobre el pecho; luego se me aproximó aún más, diciendo:
—Hermano, anda a buscar a tu mujer, que Rask te enseñará el camino.
Y se puso a silbar una canción africana; el perro entonces empezó a menear la cola y aparentó querer encaminarse hacia un extremo del valle.
Bug-Jargal me agarró la mano e hizo un esfuerzo por sonreírse; mas era aquella una sonrisa convulsiva.
—¡Adiós!—gritó con voz de trueno.
Y se lanzó a través de la enmarañada espesura de los vecinos árboles.
Yo me quedé convertido en estatua, porque lo poco que comprendía me hacía prever mayores desdichas. Rask, viendo desaparecer a su amo, se acercó al borde de la peña, aullando con tono lastimero. En seguida se vino a mí con los ojos húmedos y la cola baja, me miró con desasosiego, se volvió hacia el punto por donde había penetrado su amo y empezó a ladrar repetidas veces. Le comprendí, participé de sus temores y di algunos pasos hacia él; entonces partió como un rayo, siguiendo las huellas de Bug-Jargal, y pronto le hubiese perdido de vista, aun cuando corría con toda la velocidad a que alcanzaban mis fuerzas, si de rato en rato no se hubiera detenido para darme tiempo de alcanzarle. Así atravesamos ca-