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Convenía tratar a los negros con blandura, pero no llamarlos a una emancipación tan repentina. Todos los horrores que se ven hoy en Santo Domingo provienen de la sociedad patriótica de Massiac, y la insurrección de los esclavos no es más que un golpe de rebote de la toma de la Bastilla.

Mientras que el veterano me explicaba sus opiniones políticas, respirando franqueza y convencimiento, seguían los tempestuosos debates. Un hacendado del corto número que participaba del frenesí revolucionario, y que tomaba el título de ciudadano general C..., porque había servido de caudillo en algunas escenas de carnicería, exclamó:

—Antes se necesita dar ejemplos que pelear. Las naciones exigen lecciones terribles: atemoricemos, pues, a los negros. Yo soy quien apaciguó los levantamientos de junio y julio poniendo en la entrada de mi finca cincuenta cabezas de negros clavadas cada cual en una estaca y colocadas como árboles a estilo de alameda. Que cada uno dé su cuota para la proposición que voy a hacer, y defendamos las murallas del Cabo con los negros que aún nos quedan.

—¿Cómo?... ¡Qué imprudencia!—empezaron todos a decir.

—Ustedes no me comprenden, señores—repuso el ciudadano general—. Hagamos un cordón con cabezas de negros que rodee la ciudad desde el castillo de Picolet hasta la punta del Caracol, y sus compañeros los insurgentes no se atreverán a acercarse. En circunstancias como las presentes