Página:Cañas y Barro (novela).djvu/32

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
28
V. Blasco Ibáñez

no existían duques de la Albufera, sino bailíos, que la gobernaban en nombre del rey su amo; excelentes señores de la ciudad que nunca venían al lago, dejando á los pescadores merodear en la Dehesa y cazar con entera libertad los pájaros que se criaban en los carrizales.

Aquellas fueron las épocas buenas, y cuando el tío Paloma las recordaba con su voz cascada de anciano en las tertulias de la taberna de Cañamèl, la gente joven se estremecía de entusiasmo. Se pescaba y cazaba al mismo tiempo, sin miedo á guardas ni multas. Al llegar la noche volvía la gente á casa con docenas de conejos cogidos con hurón en la Dehesa, y á más de esto, cestas de pescado y ristras de aves cazadas en los cañares. Todo era del rey, y el rey estaba lejos. No era como ahora, que la Albufera pertenecía al Estado (¡quién sería este señor!) y había contratistas de la caza y arrendatarios de la Dehesa, y los pobres no podían disparar un tiro ni recoger un haz de leña sin que al momento surgiese el guarda con la bandolera sobre el pecho y la carabina apuntada.

El tío Paloma había conservado las preeminencias de su padre. Era el primer barquero del lago, y no llegaba á la Albufera un personaje que no lo llevase él á través de las isletas de cañas mostrándole las curiosidades del agua y la tierra. Recordaba á Isabel II joven, llenando con sus anchas faldas toda la popa del engalanado barquito y moviendo su busto de buena moza á cada impulso de la percha del barquero. Reía la gente recordando su viaje por el lago con la emperatriz Eugenia. Ella en la proa, esbelta, vestida de amazona, con la escopeta siempre pronta, derribando