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V. Blasco Ibáñez

la muerta Albufera; recuerdos como él de un tiempo mejor.

Cuando deseaba descansar abordaba al llano de Sancha, con sus lagunas de gelatinosa superficie y sus altos juncales, y contemplando el paisaje verde y sombrío, en el que parecían crujir los anillos del monstruo de la leyenda, se regocijaba al pensar que algo existía aún libre de la voracidad de los hombres modernos, entre los cuales ¡ay! figuraba su hijo.


III

Cuando desistió el tío Paloma de la ruda educación de su nieto, éste respiró.

Se aburría acompañando á su padre á las tierras del Saler, y pensaba con inquietud en su porvenir viendo al tío Tòni metido en el barro de los arrozales, entre sanguijuelas y sapos, con las piernas mojadas y el busto abrasado por el sol. Su instinto de muchacho perezoso se revelaba. No; él no haría lo que su padre; no trabajaría los campos. Ser carabinero para tenderse en la arena de la costa, ó guardia civil como los que llegaban de la huerta de Ruzafa con el correaje amarillo y la blanca cogotera sobre el cuello, le parecía mejor que cultivar el arroz sudando dentro del agua, con las piernas hinchadas de picaduras.

En los primeros tiempos de acompañar á su abuelo por la Albufera, había encontrado aceptable esta vida. Le gustaba ir errante por el lago;