de Gustavo Doré el retrato de Goneril, de Regana y demás mujeres de Shakespeare!
El mismo anacronismo noto en su tipo de belleza familiar o presentida. De éste no tengo duda, porque recuerdo que, sin que atinasen con el motivo, me la indicó usted la, otra noche en el salón del Tigre Hotel.
Llama usted bellezas familiares a aquellas damas que dispensan a uno desde luego cierta cordialidad y bien entendida confianza, y a quienes se antoja que uno conoce desde hace ya mucho tiempo, como si en efecto las hubiese presentido. El tipo que usted presenta es bellísimo. Con razón dice usted que ese rostro tiene su parecido en las miniaturas pintadas en los abanicos antiguos.
“Yo no sé si es ilusión, agrega usted con verdadero entusiasmo, pero me ha sucedido más de una vez encontrar en ciertas flores un singular parecido con el rostro de ciertas mujeres. Al contemplar la más espléndida colección de orquídeas que se puede presentar en Buenos Aires, me detuve ante una en cuyo fondo sonrosado creí ver un rostro iluminado con el fuego del infierno. El rostro de la que sirve de tipo a mis bellezas familiares o presentidas, se retrata en una margarita blanca.”
La categoría de las bellezas primitivas es la más escabrosa. Aquí la emprende con ciertos usos y modas que en su sentir trastornan completamente las ideas respecto de la gracia de la mujer.
“Es preferible, dice usted, la mujer de Cervantes a la mujer de Bentham; la mujer que cose y reza, que se ruboriza, llora y vence con la dulzura, a la mujer que tira al blanco y se desenvuelve a impulso de la vanidad de saber hacer lo que los hombres hacen; que habla de negocios y de fisiología o anatomía y tritura la mano al apretarla