Vicente Lopez, don Vicente Anastasia Echeverria, don Manuel Alejandro Obligado y otros jovenes porteños del principio del siglo, fueron a aquella ciudad a rendir examen, y recibir el grado doctoral, porque aqui no habia Universidad. Este viajecito de 800 leguas españolas se hacia a mula, empleando hasta dos meses (parte de cuyo trayecto ha sido recorrido el mes pasado en tres dias por la división chilena en ferrocarril, cuya retirada se quiere comparar a la de los diez mil de Xenofonte; ¡¡sea por amor de... Balmaceda!!, a quien le dedicó este piropo el ministro señor Vidal).
Y sigo mi historia.
Al regresar el doctor Ortiz, se caso con la señorita Crecencia Urien, de la cual tuvo entre otras bellas hijas, a Ignaeia, madre del general Obligado, y a Isabel, la mas preciosa de todas; de la que voy a hablar.
Isabel estaba para casarse, y su novio habiale pedido que no dejara de asistir al baile del Cónsul Moyrelles, que se anunciaba como uno de los mejores de la estación de 1840, antes de comenzar la degollación; indicandole que en el baile iba a fijar la fecha de su proyectado enlace.
La niña. que, como digo, era muy linda, una vez en el baile mostróse sumamente abstraida e indiferente respecto de sus admiradores, como dominada de una idea fija y persistente. Sentiase enferma esa noche, bajo la influencia de un presentimiento fatal para su prometido, pues era unitario, y ya menudeaban las persecuciones y degüellos contra los miembros de su partido.
Las gentes de Rozas miraban mal y con prevención aquella fiesta dada por un agente consular en honor de oficiales extranjeros, que abiertamente alardeaban de ser muy partidarios del general Lavalle.