manos — ese Argos afanoso de los archivos matritenses, — las varias faces y las transformaciones que al través de los siglos hanse ido operando en la coronada villa del oso y del madroño, si asi me atraen las cronicas antiguas de allende los mares, haciendo revivir el pasado y animandolo con el soplo de la verdad historica, - ¡cuanto mas atrayentes no serian para mi esas descripciones y pinturas de don Santiago Calzadilla! ¡Qué fruición tan agradable no se experimenta, contemplando al través de diez lustros, aquella Buenos Aires de edificación poco elevada, de casas amplias, de patios sevillanos, sombreados por enormes parras y adornados con el gran brocal del aljibe de estilo arabe... aquella Buenos Aires, sin estos esplendores, sin estos bullicios, sin las fiestas rumorosas del Tigre y el desfile clasico de las bellezas palidas de las noches de Palermo; pero cuyas reuniones animaban mujeres de la belleza extraordinaria de Agustina Rosas, o tipos casi soñados, que dirianse creaciones de poeta, como el de esa tucumana de gracia seductora que inspiró a Marmol las mejores paginas de su novela. — aquella Buenos Aires en cuyos salones daba la nota mas alta del buen tono don Juan Bautista Aiberdi, en cuyos festivales sonaban los cantos de ruiseñor de Echeverria y en cuyos parlamentos somedian varones de la pujanza intelectuai de Gomez y Dorregofii. Discúlpame, amigo Argos, que ahora he de concretarme puramente a soplar con toda la fuerza de mis pulmones a objeto de ver si logro disipar esa especie de neblina en la que a manera de penumbra en el exordio de su carta, me da Calzadilla la explicación del error en que incurrió, rectificado en mi carta anterior. Dice el señor Calzadilla que yo tengo razon "porque el nombre de Dowes apareció por el del ilustre filosofo inglés Thomas Hobbes, que fué el que vulgo convirtio en Obes." Pasmado y no mas dejáme la explicación en el primer momento, primeramente porque con ella se daban como personajes de mera concepción imaginaria a los hermanos Dawes, — luego porque el filosofo aludido, preceptor de Carlos II de Inglaterra, fué célibe, y si tuvo descendencia ésta no llevo su nombre. Por manera que si algún inglés, con el correr de los años, y casi podria decir de los siglos, descendiente ilegal de aquel epicúreo de la época de Cromwell, vino a establecerse por estas orillas del Plata, no llevó su apellido, y por consiguiente no pudo haber alteración alguna de lo que no existía. Si he citado a don Lucas José Obes, no ha sido para
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