Había entonces muy pocos carruajes, y menos para alquilar. La sola cochería que existía era una en la calle hoy de Alsina, frente a la gran casa que fué de don Joaquín Belgrano, y era su único dueño un pardo llamado maestro Roque, de la casa de mis abuelos maternos; fué fiel a su ama en la riqueza, y la llevaba con todos sus nietos en un gran coche que fué de la Virreina Vieja, a presenciar los fuegos artificiales en la plaza de la Victoria, allá por los años 1828 a 31. Era muy lujoso, este coche, pues llamaba la atención con sus cuatro pares de mulas negras, a la Daumond, y por el traje de sus jockeys negros.
El maestro Roque había hecho fortuna (que fué lo que le perdió). Pues el diablo, que en querer tiene muchas sutilezas, le tentó por las grandezas, y todo lo echó a perder. No solo era el único carrosero que había, sino que también era maestro de piano. Vestía de un modo original, con un traje especial y una capa larga color polvillo. Usaba un sombrero de tres picos a la antigua moda, y todo reunido daba autoridad a su persona y a su profesión.
Pero se le metió en la cabeza comprar un título de nobleza, y mandó a España a buscar el Don. Bien caro lo pagó, y vino el título. La maledicencia, que siempre es joven y no envejece, se cebo en él, y en vez de llamarle don Roque como lo pretendía, le llamaron Roque-don... maldad que mucho le afectó, y murió al poco tiempo por esta ingratitud de sus conciudadanos.