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SANTIAGO CALZADILLA

riores del bloqueo francés, y del anglo-francés, a que puso término el tratado firmado por el baron de Makau en el sitio de Buenos Aires del 52; para la defensa de la ciudad sitiada por Urquiza, que encontro las onzas de oro a alto precio, pero que a cada emisión nueva, para pagar las tropas y comprar defensas, el papel se valorizaba.

Así el Banco de la Provincia salvo la patria de las garras de los sitiadores en 1853.

Pero estos mismos elementos puestos en manos de los buitres del unicato en perpetuo jolgorio, jugando a la taba, en vez del ajedrez, con que se entretenían los hombres honrados en tiempos de Rivadavia, han traído la agonía como oonsecuencia a sus bochornosos procederes, que nos tienen a las puertas del abismo.

Pero huyamos del tiempo presente a donde nos arrastra la idea de los males que nos aquejan, y vamos a los de las bonanzas que son los pasados, siempre en los barrios del sud, en donde vivían tantos tipos ingénitos cuyos reeuerdos con aquellas criollas traen una sonrisa a los labios que a la par del gaucho legendario desaparecen (ante las gringas insulsas e interesadas que vienen con otras costumbres y necesidades) con la actual civilización que no necesita de ese hombre de fierro que en medio de la pampa desprendía su lazo y aprisionaba al animal bravío, que se había criado en plena libertad sin acercarse a las poblaciones ni ver gentes; lo ataba, o lo echaba al suelo para ponerle la montura, y muchas veces cuando se levantaba, era con el jinete encima, bellaqueando como un loco, y el gaucho firme, siendo lo mas interesante de admirar aquella. lucha de destreza y de pugilato, o de civilización y barbarie, hasta tornarlo en caballo manso, o sea marido racional, como decía la mujer del capataz, doña María, para probar que