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SANTIAGO CALZADILLA

lo cual recomiendo mucho a las del gremio (jóvenes) que no tengan a la vista prendas de sus pasados consortes para que no se los roben y se queden sin ellos.

Pero el objeto de este libro fué para hablarles de las beldades de mi tiempo, que ya vendrán, pues recién ando por el lejano hemisferio de los años 30 al año 40, y las que entonces eran beldades, las que tuvieron en sus manos el cetro de la belleza, que atraían las miradas de todos los leones de su época, provocando desesperaciones, muchos de los cuales terminaron con un suicidio...

¡Si las vieran ahora, a lo que ha quedado reducida tanta belleza! me creerían un visionario, y perdería en un instante el renombrado buen gusto que todos me reconocen, ¡y me admiran!

¡Qué tallos espigados de flores aquellas! ¡Qué ojos o que centellas en caras tan atrayentes! ¡qué mirar o qué titilar de aquellas dos estrellas rutilantes más penetrantes en los encastillados corazones que las balas de los encorazados con cañones de Armstrong que ahora atraviesan blindados de 18 pulgadas de espesor!...

A esa época ha debido pertenecer la siguiente inspirada estrofa de no recuerdo que autor. Decía:

¡Ojos claros serenos!
Que de dulce mirar sois alabados
¿Por qué cuando me mirais, mirais aislados?
¡Ojos claros serenos!
¡Ya que así me mirais; miradme al ménos!


¿Si las vieran ahora? ¡Qué decadencias! qué abatimiento!

¡Qué ojos velados y tristes por las sombras de la edad!