la primacía, y ¡allá van!... porque pululan en mi mente, vivísimos los recuerdos. Me faltará cualquier cosa, no lo pongo en duda, pero lo que es memoria ¡nequaquam!...
Las bellezas del barrio eran, en primer término, entre las casadas, la señora Florentina Ituarte de Costa, su hermana Juana Ituarte, de Sáenz Valiente, Clara Sáenz Valiente de Torres, Victoria Ituarte de Aguirre, Damacia I. de Macnab, Bernardina Giménez de Martínez, Juana Rodríguez de Carranza, Irene Rodríguez de Giménez, Inés Botet de Romero, María Rodríguez de Sánchez y otras muchas damas, cuyos nombres omito para no recargar el cuadro, y también, porque fío mucho en la buena memoria de mis lectoras coetáneas.
Las señoritas que culminaban como lindas eran Agustina Rosas, Avelina Sáenz, Agustina Casares, que hizo enloquecer de amor no correspondido a uno de nuestros más íntegros jefes en la aduana, X. X., Santos del Mármol, Mercedes Lavalle, Máxima Zamudio (mi tormento de muchacho), Juanita Araujo, Angela Manuela Rodríguez, todas ellas tertulianas de lo de Carranza, la interesante Justa Carranza (de quien fué apasionado el lindo mozo Manuel Masculino), la preciosa hermana de éste, Lucía, que casó con el joven químico Rodríguez; las hermanas Martínez de Hoz, las Constanzó, las Belgrano, Pepa y Petrona Coronel, las Aguirre, Guerrero, las dos hermanas de Masculino y muchas otras que se me quedan escondidas entre los innumerables pliegues de mi corazón, que el elegante primer vista de aduana se complacía, años después, en recordarlas con efusión... no, digo mal, con fruicion regeneradora.
El tal vista 1.° de Aduana (mi padre, que tanto me complazco recordar en este momento, removien-