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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

resultado de las inmensas, sábanas de nieve que los cubrian cada noche.

Y ya que esto viene tambien al caso, digamos que de regreso, de la expedición a los indios, que ningún efecto práctico produjo, pues sin dejar un cordón sanitario, los indios volvieron a sus antiguos pagos y a sus constantes depredaciones, y lo único que salvó fueron estos 40.000 caballos que quedaron al cuidado de Máximo Terrero, hasta el año 40, en que invadió Lavalle, llegando al puente de Márquez, siete leguas de Buenos Aires, sin querer entrar en la ciudad, retirándose a batir, según se dijo, las montoneras de Santa Fe, que le picaban la retaguardia.

Rozas, que en esos momentos estaba por apretarse el gorro, gaucho vivo y perspicaz, reaccionó sobre la marcha emprendiendo, la persecución de los salvajes unitarios, dándoles a Oribe y a Pacheco un ejército para ultimarlos.

En este trance hicieron lucidamente su papel los 40.000 caballos de la expedición al desierto, trayéndolos para la persecución activa de los soldados de Lavalle, a los cuales les estuvieron encima, sin dejarlos descansar ni un solo día, hasta su terminación en Jujuy, donde siguieron las matanzas del luctuoso año 40 a 42...

Veintitrés años después fuimos con el coronel Oliveri a formar la Nueva Roma, que quiso establecer a cuatros leguas de Bahía Blanca, a lo que me opuse, pues recorriendo la Sierra de la Ventana notamos dentro de ella bellísimas quebradas y zonas donde establecer con seguridad nuestros reales y nuestros inmensos ganados, que los hacendados del sud y del oeste pusieron a nuestra disposición para plantel de la Legión agrícola. Los fríos eran grandes, pero vivificadores, y ninguno de nosotros se enfermó, sino que fueron otros los elementos