es humano, nada de lo que "es" deja de apasionarlo.
Por el sentimiento y por la idea, el hombre completa e implica el universo todo.
Y en ese poder de universalizarse, de limitar con la conciencia el todo que la formó, de irradiar desde ese centro hasta el universo entero, de objetivarse con solo quererlo, de amar universalmente—base sobre la cual la imaginación edifica la liberación futura—ahí, en ese núcleo esencialmente humano, germinan el sentimiento y la idea religiosa.
La base de la religión, es, pues, más que un principio transcendente, un principio inmanente que enlaza el yo y el no yo en viviente reciprocidad de pasión y de acción.
El progreso de la religión es un progreso del sentimiento que fusiona la causa interna con Ia causa externa.—Y el progreso de las ciencias es un progreso del conocimiento de esas causas. Así entendidas, religión y ciencia, lejos de excluirse se complementan.
Pero religión y ciencia son antagónicas siempre que la religión no eleve el tipo humano exaltando su fuerza de voluntad, vivificando su confianza en él mismo, haciéndole desear el sentir sobre sí el peso de las grandes responsabilidades, desarrollando en él los instintos vigorosos de la vida de los que emerge la dicha por la expansión, por la comunión de la energía íntima con la energía colectiva.