tarse a él, siempre que, adaptándolo, eleve la línea de la vida. Tal era el espíritu de su enseñanza. Tan único y genialmente humano es hoy, como lo era ayer, que, hace unos días cuando lo hice conocer en una de las sesiones plenas del Congreso Internacional de Higiene Escolar reunido en París, la asamblea escuchaba, absorta y conmovida, como ante un ideal futuro, el relato de lo que, para mí, era — desgraciadamente — una bellísima y fecunda realidad, vivida ya.
En Marzo de 1902 se reabrían las clases en la Escuela Normal de La Plata. Los niños entraban en oleadas numerosas. Pero, no bien pasado el vestíbulo, un silencio que no conocíamos, que no se asemejaba al callar de la vida mientras se afana por crear, nos sorprendió. Susurrábase: "Miss Mary está mal, muy mal".
Los niños debían retirarse. Y lenta, tristemente, volvieron filas. Mientras allá arriba, en el dormitorio lleno de luz, tan artística, tan bellamente lleno de ella misma, miss Mary, moribunda, preguntaba ansiosa : "¿Qué ruido es ese?"
"Son los niños que entran" — alcanzó a oír "la maestra" al cerrar para siempre los ojos.
París, Septiembre 1910.