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—En esa caja hallareis dinero.

Jaime tomó la llave y abrió la caja que como hemos dicho antes, al abrirse, giraba su tapa como una puerta.

Jaime retrocedió aterrorizado hasta el lecho de D. Blas.

—Que es eso querido Jaime? preguntó este.

-Alli!... alli... contesto el jugador pálido como un difunto, el cabello erizado y señalando la caja.

—Ah! ya comprendo, dijo D. Blas soltando una carjada, esa calavera que has visto, es la cabeza de un salvage unitario que degollé el año 40. El restaurador me lo encargó y te juro que cumplí lindamente su encargo. Por Dios! que se defendió el maldito salvage como un condenado; pero nosotros los federales eramos cinco y lo amarra como a un Cristo. Despues por embromar un rato, yo que estaba esa noche de buen humor, le corté las orejas, se las puse en el bolsillo del chaleco y le saqué de él el reloj de oro que tenía. Despues, mientras me lo sugetaban los cuatro compañeros, lo degollé como á un perro. El reloj me ha salido escelente. Siempre á estos diablos de salvages les ha dado por tener buenas prendas. Míralo Jaime, es ese que está sobre la mesa ¿qué te parece?

Jaime se acercó temblando á la mesa: tomó el reloj, y examinàndolo halló en la tapa, grabadas estas dos letras. R. G.

El rostro del jugador se puso blanco y sus facciones se contrageron.