en una noche. Pueden hacer lo que se les antoje. ¡Quién lo duda! Eh, jóven.
—¿Qué hay?
—¿Sabes la tienda del comerciante de volatería que está en la esquina de la segunda calle?
—Sí, por cierto.
—Hé ahí un chico muy inteligente; un jóven notable. ¿Sabes si han vendido la hermosa pava que tenian ayer de muestra? No la pequeña, la grande.
—¿La que es casi tan grande como yo?
—Cuidado que es encantador ese jóven. Da gusto hablar con él. Sí, esa.
—Todavía está.
—Entonces vé a buscarla.
—¡Qué chusco es el hombre!
—No; hablo formalmente. Vé á comprarla, y dí que me la traigan: yo les daré las señas de la casa adonde han de llevarla. Ven con el mozo y te daré un chelin. Mira: si vienes antes de cnco minutos, te daré más.
Y el jovencillo salió como un rayo. No habría arquero que despidiese con tanta rapidez la saeta.
—La enviaré á casa de Bob Cratehit, dijo Scrooge frotándose las manos y riendo. No sabrá quién la remite. Es dos veces más grande que Tiny. Estoy seguro que agradará la broma.
Escribió las señas con mano no muy fir-