traban sus cadáveres color verde claro en círculo de los platos.
Tres veces por semana se nos servia arroz hervido, alimento que por una reunion de infelices coincidencia, no he podido tragar desde mis primeros años. Mas no era esto solo. La gran mortificacion de nuestros estómagos se quedaba para el sábado, cuando nos ponian delante lo que fastuosa y calumniosamente llamaban pastel de beefsteack.
Un alma bien atravesada debia ser la del buey que se vanagloriase de reclamar como de su pertenencia aquel producto. En mi concepto, la composicion de aquel comistrajo, tenia tanta carne de buey, como de unicornio el puré de guisantes. Respecto al verdadero origen de aquella carne, corrian las noticias más singulares, lo cual demostraba lo difícil y peliagudo de la disquisicion. Segun los recuerdos y memorias antiguas del colegio, en el consabido pastel se habian encontrado elementos más inconexos y más absurdos, así es que los discípulos, amedrentados, apartaban de sí aquellas sustancias que por su aspecto y su sabor no tenian ninguna relacion con la raza bovina, prefiriendo ¡tan poco mérito les concedian! pasar hambre que comer el pastel.
Mas prescindiendo del elemento principal y constitutivo del plato, habia otros con res-