biríais á la señora Glumper, pero sospecho que no habeis tenido valor. Congregados todos los condiscípulos, hemos resuelto huir unos despues de otros, hasta que mejoren los alimentos, y á mi me ha tocado la suerte de ser el primero. Creo que aprobareis mi fuga, pues os he oido decir á propósito del capitan Shurker que no es digno retroceder. Llevo un traje completo, alguna ropa blanca, la Biblia, mi cuaderno de traducciones altinas, y el dinero bastante para dar principio á mi fortuna; conozco el camino que he emprendido... ó por mejor decir lo conoceré mañana, y espero que no os incomodareis. Abrazo á mamá y á Ana. Vuestro hijo que os quiere, S. Trelacony.»
Mi amigo me condujo por un sombrío corredor hasta la portezuela de escape, y dándome la llave, me advirtió que todos los dias se presentaria á hablar conmigo, á traerme la cena y á saber si habia encontrado modo de hacerme hombre. Salí al callejon de los Judios, é irguiendo la cabeza reflexioné valientemente que ni me pertenecia ni pertenecia á nadie: me pareció que con esto solo tenía bastante para salir del atolladero.
¿Cómo empiezan casi todos? Por una dichosa casualidad. Un hijo de buena familia que se cae del caballo y á quien se socorre. Una cartera con valores importantes que se pierde y que se puede devolver. Pero la