Página:Cantico de Navidad.djvu/185

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El empleado se inclinó; habló al oido del otro, y éste, rogándome que le acompañase, me guió, á través de un sin fin de mesas, á donde estaba un caballero anciano leyendo un periódico.

—¿Qué quereis, hijo mio? me preguntó.

—Perdonad, contestó algo aturdido ¿pero si necesitábais un muchacho de confianza?

Al empleado le costó trabajo reprimir una carcajada, pero el anciano la contuvo y añadió.

—¿Quién os manda, hijo mio, y qué quereis decir?

Animado por su bondad, le dije francamente que habia ido allí por mi cuenta; que queria trabajar y hacerme rico; que no estaba bien con mis padres, por cuyo motivo ocultaba la residencia de éstos, y que en caso de necesidad estaba dispuesto, para acreditar mi honradez y responder de mi inexperiencia, á depositar una suma.

—¿Y á cuánto asciende?

—A dos chelines y seis peniques.

Advertí que se le habia ocurrido una idea, porque me hizo volver cara á la ventana y me miró fijamente.

Me lo figuraba, murmuró. Sabed, me dijo en alto, que yo no puedo contraer semejantes responsabilidades sin consultar con mis asociados. Aguardadme en esa antesala, que os contestaré pronto.

En la antesala vi á un muchacho que me